De edad mayor. Viste túnica,
turbante, anteojos y una vieja pipa. Nacido en un pueblo (cuyo nombre debo
mantener en secreto) situado en la frontera donde el mundo árabe y el indú
confunden sus aguas.
Por parte paterna, la sangre árabe
le llega en descendencia directa del famoso Nasrudín, ingenioso Mulla Sufi. Por
parte materna abreva de sangre indú desciendo de Arjuna, discípulo ilústre del
sagrado Krishna.
Por esas vueltas de la vida habita
circunstancialmente una gran ciudad: Buenos Aires (pero bien podría ser México
o Madrid ). Su nombre: Elhäbir ( un personaje
inadjetivable )
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De cómo Elhabir se enamoró entre dos adoquines en un acto de fe
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De cómo Elhabir se enamoró entre dos adoquines en un acto de fe
El sol entibiaba típicamente esa
mañanita primaveral de domingo.
Elhabir zigzagueaba al azar entre
las tranquilas cuadras de un barrio donde los adoquines todavía resistían al
avance del asfalto. Solo el ruido de sus pasos sobre la sombra de los árboles y
el flautín lejano de un afilador quebraban rítmicamente la quietud cansina de
su andar.
Iba a cruzar cuando la vió en el
medio de la calle. Quedó parado al borde del cordón, ajustó el elástico de sus
anteojos y se quedó mirándola fijo durante cuatro segundos.
Luego, sin perderla de vista, tomó
un tarrito semi oxidado de un tacho de basura y lo llenó de agua con la
manguera que le prestó un portero que baldeaba la vereda. Tarrito lleno en
mano, se dirigió hacia ella en el medio de los adoquines. Cuando llegó a su
lado la miró embelesado, se quitó el turbante poniéndolo bajo el brazo y se
arrodilló a su lado.
- Te lo merecés por tu fe – le
susurró y le vació el agua encima.
Desde la hendija entre los
adoquines, la flor dijo gracias.
Era el primero de Mayo de mil
novecientos noventa y cinco. Había decidido aprovechar el feriado para preparar
una clase sobre el mundo Arabehindú Antiguo que tenía que dictar para la Facultad. Estaba
investigando el tomo VI de la enciclopedia Ancient Geography cuando en su
página 938 encontré el siguiente párrafo que me llamó la atención
( traducido): “...se habla también
de que el famoso relato La
Buena y La
Pipa habría tenido origen en Ciudad Ä...”. Busqué a la Ciudad Ä en el “Diccionario
de Ciudades Notables de Medio Oriente” donde, entre otros datos, la situaba
justo en el límite entre el mundo árabe y el mundo hindú. El diccionario
también hacía mención a que, de esa ciudad provendría la tradicional narración La Buena y La Pipa también conocida
como de Buenas y de Pipas; pero no decía nada del relato en sí.
Por la tarde me dirigí con mis
notas al Centro de Estudios Arabehindú. Me atendió un bibliotecario amable y
anciano. Leyó mis notas detenidamente, luego se internó en la biblioteca y
regresó con un libro antiguo lleno de polvo. Buscó y leyó en voz alta: - “...en
los pequeños pueblos fronterizos entre el mundo hindú y el árabe, hay una
antiquísima leyenda que cuenta la historia de una mujer que, para asombro de
las gentes de aquella época, poseía un elemento de madera con el cual echaba
humo por la boca...”
- ¡Una pipa! – interrumpí.
- “...esa mujer era reconocida
entre las gentes por su bondad...”
- Que se podría entender como “la Buena y la Pipa”- agregué.
-“...esta historia se ha
transmitido por vía oral y en la actualidad teóricamente se ha
perdido..”
- Teóricamente – subrayé.
- “...se supone que el relato surge
de la “ciudad ä”- leyó el anciano y cerró el libro.
- ¿ Y qué cuenta el relato?
- Se ha perdido, nadie lo sabe.
- Alguien debe tener algún dato
para rastrearlo, alguna pista, alguien de la “ciudad ä”.
El anciano buscó dentro de un cajón
y sacó un montón de papeles arrugados que desparramó sobre el escritorio. Hurgó
hasta encontrar una tarjeta ajada y me la alcanzó.
– Hay un hombre, más anciano que
yo, nacido en Ciudad Ä que hace muchos años vive en Buenos Aires, se llama
Elhäbir , esta es su dirección, se la doy a usted porque creo que la necesita,
pero manténgala en secreto.
- Iré a visitarlo cuanto antes –
Decidí en ese instante.
Al día siguiente tomé el Sesenta
rumbo a la dirección de la tarjeta donde vivía ese tal Elhäbir. Por la
ventanilla iban pasando las dudas, preguntas y conjeturas sobre el relato de
Buenas y de Pipas o la Buena y la Pipa dando vueltas en mi
cabeza en forma constante.
Bajé del colectivo y caminé siete
cuadras de barrio tranquilo. Llegué frente a una pequeña puerta de madera.
Hacia arriba se elevaba una antigua torre como de diez metros, coronada por una
construcción cuadrada con ventanas ojivales. De una de las ventanas sobresalía
una campana con una soga que bajaba hasta terminar en un mango de madera sobre
la puerta de entrada. Tiré de la cuerda y la campana llenó el barrio de un sonido
estridente. Se asomó un anciano de tez oscura, barba blanca, anteojos
desvencijados y un turbante en la cabeza. Me observó unos instantes y me hizo
una seña para que subiera. Escalé los peldaños crujientes que ascendían
largamente en caracol. Llegué a arriba jadeante y golpeé la puerta. El anciano
apareció ahora de cuerpo entero, vestía una túnica y tenía un aire majestuoso.
Detrás de los anteojos me miró con unos ojos que adiviné inteligentes y desde
una pipa labrada que colgaba de su boca exhaló una densa bocanada de humo.
Todavía agitado saludé: - ¿Buen
día, usted es Elhäbir?
A modo de respuesta juntó las
palmas de las manos e inclinó la cabeza en forma de saludo.. Luego hizo un
gesto silencioso invitándome a pasar. La habitación tenía sobre el piso diferentes
tipos de alfombras labradas, las paredes entre las ventanas estaban cubiertas
de libros desordenados y objetos tales como un narguile, un gong oxidado, una
caja de chinches, un calendario escrito en sánscrito y en árabe, varias pipas y
pequeñas esculturas de madera. En un rincón había un cúmulo de grandes
almohadones pintados con motivos árabehindúes. Elhäbir se sentó sobre uno de
ellos con las piernas cruzadas y con un ademán me invitó a sentarme frente a
él. Con el ceño fruncido, escuchó el motivo de mi visita y mi búsqueda de la
famosa historia de Buenas y de Pipas, sumido en un profundo silencio.
Terminado mi relato, el anciano quedó inmóvil con los ojos cerrados durante un
largo rato, luego abrió los ojos y asintió con la cabeza como recordando algo.
Se puso de pie, se dirigió hacia un rincón del cuarto y abrió un cofre de
madera grande y antiguo. Se sumergió en la enorme caja revolviendo toda clase
de objetos y papeles. Por fin emergió con un papiro amarillento en la mano. Se
sentó nuevamente y me alcanzó el rollo de papel a la vez que escuché por
primera vez su voz diciendo: - Aquí está la respuesta a lo que usted busca.
Con gran expectativa desenrollé el
papiro y leí con estupor: “Para quiera conocer el legendario cuento de La Buena y La Pipa o también llamado
De La Buena Pipa
es menester comenzar su búsqueda en el tomo VI de la enciclopedia Ancient
Geography, página 938”
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De cómo Elhabir alteró relato finalizando en punto original
Esa noche Elhabir se arremangó la
túnica, encendió su pipa y deslizó el siguiente relato:
-...y llega al fin el día en que la
historia se da vuelta y comienza a ir al revés, quizás cansada de tantos
milenios de unidireccionalidad. Entonces sucede lo siguiente: La gente camina
en dirección hacia su espalda, las flores se recogen dentro de las plantas, las
plantas se sumergen en la tierra
encerrándose en sus semillas, la semilla vuelve a la mano del labrador.
A la boca del labrador vuelve, desde el suelo arado, la saliva que había
escupido su cansancio. Los mosquitos vuelven a la larva del charco. Aves y
reptiles se hacen yema y los huevos pasan de los nidos a los vientres. El
labrador vuelve a la cuna y de allí a la placenta. Embriones de todo tipo se
vuelven una célula que se divide en óvulo y espermatozoide. Las puertas, los
muebles y las guitarras van al aserradero y de allí al árbol.
Los automóviles ingresan a las
fábricas de producción y de allí a las fundiciones y de las fundiciones a las
canteras. El pan va al amasado del panadero y de allí al molino donde se hace
trigo. El combustible pasa por las refinerías y se interna en las cavidades de
la tierra y se amalgama en esqueletos de dinosaurios. Los vestidos vuelven al
capullo y a la oveja. El rayo de luz vuelve a la lámpara, corre por cables y
transformadores hasta las usinas y es agua, viento y protones divididos que se
unen. Las canillas chupan el agua hacia los rios que suben a las montañas y a
las selvas hasta trepar a las nubes. Los hombres se convierten en monos, los
mamíferos en reptiles, luego todos los animales vuelven al agua, se unen todos
en la primer célula. La tierra se une con toda la materia del universo en un
solo punto. Punto original.”
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De cómo las antenas embanderilaron los techos en un día de
lluvia
Caminábamos una tarde fría y nublada de
Julio. Cuando comenzó a llover, Elhabir
sacó de su bolsillo un paraguas diminuto que,
al apretar un botón, mágicamente se transformó en un amplio techo negro
que nos cubrió a los dos. Mi amigo
aprovechó nuestra obligada cercanía para deslizar en mi oreja, el siguiente relato.
“Era una tarde como ésta hace algunos años. Buenos
Aires se escondió bajo unas nubes grises espesas que se retorcían lentamente
virando hacia un negro definitivo. La gente que caminaba por la calle observaba
de reojo y con cierta desconfianza el oscuro cieloraso sobre la ciudad.
No hubo trueno ni relámpago, sino el golpe
descomunal de un estruendo como un galpón de chapa que se desploma. Empezó a
llover torrencialmente. Los transeúntes abrieron sus techados de tela y bajo
ellos observaron, algo asombrados, que las gotas comenzaban a hacerse
metálicas, cada vez más metálicas, hasta perforar sus sombrillas produciéndoles
chichones en la cabeza. La muchedumbre se refugió entonces bajo balcones y
cobertizos para protegerse de la caída en picada de las gotas de metal. Los
autos, los techos de las casas y las calles repiqueteaban
estruendosamente como un redoble de miles de baterías de rock.
Una hora mas tarde, la lluvia no solo no había
menguado sino que las gotas de metal eran de un metro de largo.
Hacia la noche el temporal arreció aún más y lo
que llovían eran antenas. Antenas que caían de canto y rebotaban sobre el
asfalto y los techos. Antenas que caían de punta y quedaban clavadas como un
arpón sobre la extensa piel del animal ciudadano herido en su otrora orgulloso
cemento.
La descarga de antenas siguió azotando la ciudad
durante toda la noche.
Al despuntar el alba, la población insome vio amanecer los reflejos del sol y el arco
iris sobre una ciudad estaqueada de antenas.
La Municipalidad dió entonces un toque de queda y
puso en movimiento a todos sus operarios, todas sus maquinarias y todas sus
autorizaciones a los efectos de devolver a la ciudadanía el orden preexistente.
Salieron topadoras y camiones que barrieron la masa de hierros, esquivando a
los niños que jugaban disfrutando de ese improvisado parque de diversiones de
metal,.
Algunos medios periodísticos dijeron que se debió
a la falta de presupuesto de la Municipalidad. La Sociedad de Arquitectura y
Urbanismo alega que se debió a un proyecto presentado por ellos a fin de
embellecer los cielos de la ciudad. La Sociedad Protectora de Animales asegura
que lo que privó fué su idea de darles más lugares para nidos a los pájaros.
Nunca se supo bien el porqué y quizás no importe saberlo. El hecho es que,
desde aquel día, miles de antenas han quedado clavadas en los techos de las
casas y los edificios de la ciudad, hasta el día de hoy. “
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De cómo Elhabir aprendió a aprehender el instante por un poquito mas de tiempo
Estábamos sentados en un banco de
la plaza. Algunos rayos de sol lograban colarse por entre las hojas del árbol
que nos cobijaba del calor, para relampaguear alternativamente sobre el
turbante de Elhabir y mi cabeza. Desde los juegos llegaba un monótono griterío
de niños. De pronto mi amigo señaló hacia la base del tobogán diciendo: -
¡Mire, mire!
Sobre la cabeza de un bebé, que
jugaba con su baldecito, se había posado plácidamente una paloma.
Inmediatamente la criatura levantó la mano hacia ese extraño ser encima de él y
el ave aleteó regresando al árbol.
- ¿Vió? – comentó Elhabir – el
instante es inasible; ni bien queremos capturarlo, se vuela. Y desde que somos
bebés hasta que somos viejos nos la pasamos inútilmente tratando de atraparlo.
A veces pienso que la vida del hombre es también un instante de, digamos, 80
años dentro de billones de años del Universo. Vista así la tan renombrada
existencia humana es tan importante como la de un mosquito. La única diferencia
consiste en que nosotros sabemos de nuestra intrascendencia. El problema es que
nos pasamos la vida tratando de negar esa cuestión. Así nos la pasamos
intentando trascender de las más diversas maneras, dedicamos la vida a lo
imposible. En esa invencible lucha el hombre ha usado su arma más poderosa, la
tecnología, para burlar por un poquito de tiempo más la realidad. Así quiere
gambetear el imparable devenir del tiempo y cree aprehender el momento mediante
una fotografía, una grabación de sonido, un cuadro, una obra arquitectónica, un
escrito...
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De cómo Elhabir relató un trotecito bajo el tibio sol costero
Echados al costado de la sombrilla
yacíamos sobre la arena de la playa mirando el mar. Elhabir se había quitado el
turbante de la cabeza para disfrutar mejor del sol, y el viento salado jugaba con
sus largos cabellos.
Tomó un puñado de arena y comenzó a
dejar escurrir los granos lentamente por el pequeño hueco de la parte inferior
de su puño, mientras recitó el siguiente relato.
- “Bajo el tibio sol del atardecer
playero voy jugando al trote, con las olas que espumean a mis pies. Me detengo
y levanto la cabeza para ver pasar una pareja de gaviotas, fieles compañeras
flotando sobre mi cabeza en estos paseos. Parado de frente al viento cierro los
ojos, siento volar mis orejas y aspiro el aire marino. Luego sigo corriendo
entre las carpas ya vacías de gente, esquivando los palos de las sombrillas
cerradas y las sillas apiladas. Las sombras se alargan cada vez más anunciando
la despedida de mi amigo sol. La playa se cubre de violeta y regreso a mi hogar
( ¿cuál será esta noche? ). Muevo alegremente la cola al divisar que se acerca
mi jauría.”
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De cómo Elhabir no se bañó nunca en el mismo Riachuelo
Esa tarde visitamos La Boca. Tomamos por
“Caminito” hasta la Vuelta
de Rocha y llegamos a orillas del nauseabundo Riachuelo.
Elhabir se acomodó el turbante y,
mientras echaba humo por su pipa, quedó en un silencio prolongado observando
las increíbles aguas.
Luego recordó: - Dijo Platón o
Parménides, no me acuerdo bien, pero con Pe empezaba, tal vez Perícles... Lo
importante es que alguno de ellos dijo: “Nunca nos bañamos en el mismo río”.
-Y mucho menos en éste – agregué
observando la espesa y oscura masa entre las márgenes.
- Quiero decir – continuó mi amigo
– que los ríos cambian, el mar cambia, no son estáticos. Una botella tiene
forma de botella, un zapato tiene forma de zapato, el río en cambio, o el mar
¿qué forma tienen?, su forma es el cambio. Cuando creamos algo, digamos un
cuadro, un texto, una máquina, es bueno, pero en cierta manera cuando creamos,
determinamos. Lo que creamos queda allí con la forma que le dimos y no otra.
Una pincelada azul no es roja; escribimos “casa” que no es lo mismo que
escribir “sentido”. Cuando creamos estamos determinando que lo creado sea así y
no de otra manera. Me pregunto si sería posible crear algo dinámico, que una
vez creado siga cambiando, como el mar, como este río, al que dicho sea de paso
no le vendría nada mal cambiar un poco su aspecto y olor...
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De cómo Elhabir resolvió un casual espectro al no causar respuesta
Era una rara, porteña y tormentosa
noche. La casa de Elhabir se había poblado de relámpagos, truenos y vientos
silbantes en los marcos de las ventanas. Mi amigo iba subiendo la crujiente escalera
de su casa cuando en el espejo del descanso vio una extraña imagen detrás de
él. Su pie derecho quedó suspendido en el aire a cinco centímetros del
decimosexto escalón. Un peldaño más abajo, su pie izquierdo quedó soportando
todo su peso.
Dio vuelta la cabeza y comprobó que
evidentemente el reflejo que había visto no era su túnica blanca. Entonces,
todavía apoyado en una pierna, se animó a preguntar:
-
Perdón, ¿es usted un espectro?
-
Prefiero el nombre popular de “fantasma”
-
Se supone, según mis humildes conocimientos de
literatura del terror, que yo debiera en éste momento pegar un alarido de
espanto.
-
No tiene obligación, no se preocupe.
-
Digamé, ¿quién fue usted en su otra vida?
-
Realmente me decepciona, esperaba una pregunta más
ocurrente de alguien como usted.
-
¿Qué clase de pregunta ?
-
Todos me preguntan quién fui, ¿a nadie le interesa mi
identidad actual ?
Elhabir, acusando la estocada de su
extraño compañero, bajó la cabeza y quedó cavilando dos segundos.
Cuando levantó la vista,
el fantasma había desaparecido...
-------------------------------------------De cómo Elhäbir paseó por una centésima de Buenos Aires
Caminábamos por uno de los cien barrios porteños.
El sol de la tarde aplastaba la sombra de los árboles contra el piso cuando mi
amigo, acomodándose el turbante en la cabeza para protegerse del turbante
calor, deslizó el siguiente relato:
“Yo conozco un barrio donde, en las veredas,
brotan señoras generalmente entradas en carnes. Algunas de estas damas, con
sostenes como balcones, crecen al lado de las puertas de calle y sostienen sus
marcos. En esas veredas también crecen señores sentados en un silla invertida
que llevan adherida al pecho. Así, entre las juntas de las baldosas, van
creciendo señoras y señores que con el
agua del baldeo se afirman desarrollando raíces tan profundas que se hace imposible
extirparlos.
Con el solcito del Domingo las señoras florecen y
echan ruleros en sus cabezas. Los señores también florecen y les brotan radios
portátiles en las orejas. Los árboles también florecen y dan niños en sus
ramas. Cuando llega la tarde los chicos caen del árbol con una pelota bajo el
brazo y la vereda se colma de un nervioso movimiento de gambetas y patadas. El
arco se hace entre una señora y un árbol o entre una señora y un señor, depende
de la vegetación propia de la cuadra.
Cuando cae la noche la vereda se cubre de una
tensa oscuridad. Los muchachos se ponen una solapa roja y la otra solapa verde
y se peinan a la cachetada con aceite de limón abrillantado.
Las muchachas de dieciocho se cubren los labios de
caracoles y se colocan hebillas en el pecho para levantarse los senos.
Ambos sexos salen a la vereda y caminan, caminan,
caminan. Cuando sobre la junta de una gastada baldosa se encuentran, se miran
tan profundamente que al muchacho se le derrite el aceite de limón y a la
muchacha se le saltan los caracoles de los labios. Entonces caen abrazados al
borde del cordón y casi desnudos ( por que no llegan a sacarse toda la ropa )
hacen desaforadamente el amor.”
Caminábamos por uno de los cien barrios porteños.
El sol de la tarde aplastaba la sombra de los árboles contra el piso cuando mi
amigo, acomodándose el turbante en la cabeza para protegerse del turbante
calor, deslizó el siguiente relato:
“Yo conozco un barrio donde, en las veredas,
brotan señoras generalmente entradas en carnes. Algunas de estas damas, con
sostenes como balcones, crecen al lado de las puertas de calle y sostienen sus
marcos. En esas veredas también crecen señores sentados en un silla invertida
que llevan adherida al pecho. Así, entre las juntas de las baldosas, van
creciendo señoras y señores que con el
agua del baldeo se afirman desarrollando raíces tan profundas que se hace imposible
extirparlos.
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De cómo Elhäbir sube y bajaba el peldaño que bajará mañana
Era tarde. Elhäbir bajó la escalera
del primer piso de su casa al living, donde yo descansaba en un sillón. Se
acercó a mi con una botella de vino casi vacía en la mano. Se acomodó los
anteojos y señalando hacia los peldaños comentó:
-“Sabe, siempre me sorprendería la
similitud entre las escaleras y el tiempo. Ayer estoy subiendo y cuando llegaré
arriba sentí que los pies se acomodarán entre las tablas del piso como si
hubiesen estado allí desde el siglo que viene.
Acomodo las manos sobre la baranda
y las deslicé suavemente sobre la madera que pasaría por debajo de mi palma. La
soltaré cuando desliza el gato que pasaría en equilibrio camina sobre ella.
Como la luz viene de abajo ví clara la sombra de los tirantes dibujarán sobre
el techo. Llegué al último piso cuando darán las ocho y decreto en voz alta: -
Mañana comenzó a existir el tiempo – . Pensaría que esperaba escuchar lo que
dije ayer para hacía hoy. Cuando termine de bajar aquella escalera tal vez
sabía en qué escalón estoy. Creo que empezaba a contarlos desde hoy.”
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De cómo Elhabir provocó una
conmoción colectiva a los señores pasajeros.
Subimos al colectivo en
Constitución, al sesenta, qué otro podría ser.
Ni bien Elhabir tomó su boleto se
dio vuelta mirando hacia el interior del coche y exclamó a viva voz:
- “Señores pasajeros, su atención
por favor. Informamos que la sortija de esta calesita se encuentra al alcance
de lo vano. Que durante este viaje estará permitido disfrazarse de madre, de
doctor, de Tarzán, de intelectual, de los siete enanitos, de costurera, de
espadachín, de verdulero, de soldado, etcétera, ex-cétera. Que aunque no se
sienta, estamos girando a todo lo que da en una piedra redonda en el vacío
infinito. Que la casa no se responsabiliza por los daños derivados del uso del
caballito, el avioncito, el robot o de cualquier otro elemento de esta
calesita. Que el pasajero está libre de mover los ojos, contar a su compañero
de asiento el sueño que tuvo anoche, regalar su zapato izquierdo al chico que
reparte estampitas, hacer el amor, salivar por la ventanilla, silbar hacia el
techo su canción preferida, acomodarse la corbata o los labios y toda otra
acción. Pero al percibir cada señor pasajero la señal de finalización, deberá
descender por la puerta trasera del vehículo en movimiento, sin derecho al pataleo
ni apelación alguna. Que tengan un buen viaje y desde ya muchas gracias por su
colaboración.”
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De
cómo Elhabir desertó hacia el desierto durante la guerra que asoló la comarca.
Elhabir tomó un viejo trabuco de la
repisa de su living y lo acarició con cierta tristeza, o mejor diría con
tristeza cierta.
-“Esta antigua arma fue usada
durante la que se dio en llamar “La Guerra Imparable”. Fue una lucha que asoló la
comarca durante varias generaciones. En aquella reyerta comenzaron a pelear
338.000 hombres del ejercito blanco contra 337.000 del ejercito negro. En la
segunda generación quedaban 335.000 hombres sumando ambos bandos. Cuando la
guerra alcanzó la tercera generación eran 115.000 hombres en total que ya no
sabían a qué bando pertenecían y habían olvidado el motivo de la disputa. Los
hombres se reunían al azar en torno a un general que se enfrentaba con otro
general con hombres reclutados de la misma manera. Acabada la batalla los
soldados se dispersaban cada uno por su lado hasta dar con otros hombres y otro
general que los reunía y así seguían las batallas campales. Debido a la guerra,
al cabo de unos 380 años, las otrora fértiles tierras de la Gran Comarca se
habían transformado en un desierto. Comenzaron a acabarse las bombas y quedaron
unos 30.000 hombres. Comenzaron a acabarse las balas y quedaron unos 10.000. Se
terminaron las espadas y los últimos 1.000 hombres que quedaban siguieron la
lucha a puro puñal. Por fin llegó un día en que quedaron sólo dos hombres.
Subieron a una colina, cada uno por una ladera, hasta encontrarse en la cima,
los dos solos, frente a frente con el enorme desierto a sus pies. Un viento
helado sacudía sus rostros. Entonces se miraron muy fijamente. Levantaron sus
dagas. Y se suicidaron.”
-------------------------------
De cómo Elhabir copió la copiosa cena de sus vecinos de mesa
Estábamos esa noche con Elhabir
sentados a la mesa de un restaurant. A nuestro lado un matrimonio cenaba
copiosamente. Tocando levemente el hombro de la señora, mi amigo inquirió:
-
Perdone, ¿ podría prestarme la sal?
-
Cómo no – contestó la dama con una sonrisa, mientras le
alcanzaba el salero.
Al poco tiempo Elhabir volvió a
tocar el hombro de la mujer.
-
¿Sería tan amable de pasarme el vinagre?
-
Sirvasé - contestó el matrimonio al unísono pasándole
la botellita.
Llegado el segundo plato, nuestro
héroe volvió a preguntar:
- ¿Podrían pasarme ese vaso que les sobra ?
El vaso le fue entregado, pero esta
vez, sin respuesta.
Llegados los postres Elhabir volvió
a importunar a la pareja diciendo:
-
Señora, ¿sería tan amable de pasarme la oblea de su
helado?
-
¡Oiga señor – contestó la mujer airadamente – me parece
que ya se está pasando de la raya!
Elhabir se acomodó los anteojos
buscando algo en el piso, luego miró a la mujer y contestó:
– Yo no veo ninguna raya, solo veo su
oblea y me gustaría comérmela.
-
¡Pero qué clase de modales tiene usted! – gritó ahora
ella - ¡esta oblea me pertenece!
Elhabir se rascó el turbante en
gesto pensativo y dijo:
-
No comprendo, me han dado la sal, me han dado el
vinagre, me han dado el vaso, ¿por qué no quieren darme la oblea?...Además,
dado que soy extranjero, ¿podrían explicarme el significado de la palabra
“pertenece”?
La señora enmudeció. No tenía un
diccionario a mano.
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De cómo Elhäbir coincidió hidalgamente con una (sin saberlo) ingeniosa anciana
Cabildo y Juramento a las cuatro de
la tarde. Como habíamos quedado el día anterior, espero a Elhäbir apoyado en el
caño que sostiene el cartel de la parada del sesenta. Paran cuatro colectivos
en fila. Desde el último coche, veo a mi amigo descender por la puerta
delantera con un grueso libro en la mano. Observo que lo abre y lo escudriña
minuciosamente. Cierra el libro, se
agarra la cabeza y mira hacia el colectivo que ahora arranca y se aleja. Se
acerca a mí agitado: - deme unos segundos – dice mientras se arregla el
turbante sobre su cabeza y enciende su pipa para tranquilizarse. Luego de
exhalar varias profundas bocanadas de humo por sobre mi cabeza, me comenta: - No sabe lo que me pasó. Yo iba sentado en el
primer asiento doble leyendo la segunda parte de un Quijote de edición algo
antigua. En una de las paradas sube una anciana de pelo blanco y se sienta
junto a mi. Sin prestarme la más mínima atención, se pone unos anteojos, saca
un libro, lo abre y se absorta a leerlo muy concentrada. Lo primero que me
llama la atención de la señora es el tamaño extremadamente pequeño de las manos
con las que pasa las páginas. Observo por el rabillo de mis anteojos que las
manitos se detienen en el señalador y abren ahora el libro de par en par.
¡Sorpresa! Sobre el encabezamiento de la hoja leo “El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha”,
miro el pie de la página y a que no sabe que veo: “195”, ¡la misma página que
estaba leyendo yo! Cerré mi libro lentamente y pregunté a la anciana si le
molestaba decirme cuando había nacido. – Cómo no señor, en 1919 – contestó con
amabilidad, y siguió leyendo. - ¡Cabildo y Juramento! – anunció el chofer en
ese momento. Bajé apurado por temor a pasarme. Ni bien pisé tierra firme abrí
mi Quijote en la primera página y... juzgue usted mismo.
Elhabir abre el libro, me señala el pié de
página y leo: “Año de Edición: 1919”.
Casualidad, causalidad... quién los
sabe... Pienso en la casualidad de que el Manco de Lepanto perdiera solamente
una mano, y le quedara la única necesaria para fundar la lengua castellana.
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De cómo Elhabir planteó la existencia cucarachil de un chancletazo
Elhabir entró a mi casa con el
turbante desacomodado y, tirandose de los pelos de la barba por el enojo,
exclamó: - “Pero a usted le parece! Esta mañana estaba preparando mi desayuno,
miro hacia abajo y ¿a que no sabe que veo en el piso?: ¡una cucaracha!, sí,
como lo oye, u-na-cu-ca-ra-cha, ¿se da cuenta?” – escudriñe a mi amigo sin
comprender pero él continuó su vehemente relato – “cuando avancé hacia ella
esquivó mi pisotón con hábil zigzagueo y se metió debajo de la cocina. Luego,
ante mi ataque con aerosol salió de su escondite a toda velocidad, ocasión que
aproveché para empuñar mi chancleta y lanzarle un golpe mortal que nuevamente
gambeteó enfilando hacia la ventana. Comprendí que era mi última oportunidad y
tomé lo primero que tenía a mano. La azucarera estalló contra el marco de la
ventana mientras mi enemiga huía definitivamente hacia el exterior, ¿ se da
cuenta?”
- Lamento decirle que no – contesté
perplejo.
- “¿Se da cuenta qué existencia la de la cucaracha?
Recorriendo cañerías oxidadas, tubos de incinerador, rejillas mugrientas,
tachos de basura, arrastrándose por paredes grasosas, por rincones oscuros;
escapando a los pisotones, a los aerosoles, a los chancletazos y a las azucareras.
Además yo me pregunto y le pregunto a usted: así como nosotros miramos a la
especie cucaracha con esa mezcla de repugnancia y compasión ¿no habrá alguna
especie de ser que mire de igual manera a la especie humana?. ¿No nos estará
observando quizás en este momento algún tipo de ser más digno y no tendrá los
mismos sentimientos, mezcla de asco y lástima, al vernos arrastrar por los
sumideros de odio, por las oscuridades del miedo, por el basurero del egoísmo,
por los precipicios de incomprensión e ignorancia ? Y aún nos tiene la piedad
de no sacudirnos una alpargata por la cabeza. ¿se da cuenta?”
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De cómo Elhäbir empató un clásico con un golazo inesperado
Era una soleada tarde de Domingo,
ideal para el Racing-Independiente que se jugaba en cancha de los diablos
rojos. Elhäbir y yo teníamos plateas bajas, por lo cual vibrábamos el partido
sintiendo hasta las agitadas respiraciones de los jugadores en sus corridas.
En el primer tiempo el wing derecho
diablo se escapa, mete el centro, desde el medio del área se eleva una camiseta
roja con un nueve en la espalda y golpea con la frente fuerte la pelota hacia
abajo. El rincón de las ánimas se sacude abrazando el esférico con su red,
estalla la tribuna de independiente, gol, gol, goooooooolllllll!! saltamos
abrazándonos con nuestro amigo que, en el festejo, pierde el turbante entre los
asientos. El referí coloca la pelota en el centro y mi amigo nuevamente el
turbante sobre su cabeza.
Veinte minutos del segundo tiempo.
Tiro libre para Racing en la puerta del área. El arquero de Independiente se
hamaca haciendo desesperadas señas a los defensores, él intuye el peligro al
igual que los hinchas rojos que nos agarramos junto a los siete de la barrera.
La hinchada de Racing entona un gutural y amenazante – Gooooooooo... Su temido
número cinco se prepara para entrarle de zurda. Suena el silbato, le pega, el
arquero se estira como una goma pero entre su mano y el ángulo pasa la pelota
rumbo al fondo de la red. La hinchada académica explota y observo extrañado
a Elhäbir que también pega un salto
uniéndose al festejo albiceleste. Me paro y le pregunto enojado: - ¿Pero qué
hace?, usted gritó el gol de Independiente, ¿por qué festeja también el gol de
Racing?.
Mi amigo sin parar de saltar me
contesta sonriente: - Después le explico.
Me siento en la butaca, sin
comprenderlo, como tantas veces.
El partido se hace reñido, esos
clásicos de mediocampo donde ninguno se da un metro de ventaja. Faltan dos
minutos para que termine el partido, Independiente necesita ganar, hace un
cambio y mete un pibe delantero que viene de las inferiores. Ni bien entra se
la dan, el pibe encara, elude a uno, a dos, llega a la puerta del área grande y
sin que nadie se lo espere patea, la pelota se mete de rastrón junto al palo. –
Gooooooolllll..! volvemos a estallar los rojos y en mi salto sobre la butaca de
pronto observo azorado a Elhäbir con la cabeza entre las manos. –¿ Pero que le
pasa? – lo increpo – ¿ está loco? primero grita el gol del Rojo, después grita
el gol de Racing y ahora no grita...
Mire, terminó el partido – me dice
Elhäbir señalando al referí dando la pitada final – Ganó Independiente, todos
los rojos están festejando; si también hubiera ganado Racing seríamos más para
festejar.
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De cómo Elhabir pudo escapar de
la mitad indeseable de su Harem ( por esa vez )
La antigua y espaciosa casa de
Elhabir tiene numerosos cuartos. Yo había pernoctado en uno de ellos. A la
mañana siguiente salí de mi habitación y me dirigía por el largo pasillo hacia
el comedor en busca del desayuno cuando encontré a mi amigo saliendo de una
puerta con un cartel que rezaba “Harem”. Elhabir cerró cuidadosamente con
llave, dio una palmadita cariñosa a la puerta y exclamó: - Buenos días.
- Buen día – contesté - saliendo de
allí, me parece ridículo preguntarle cómo pasó la noche.
-No se crea que todas son rosas –
aclaró mi amigo acomodándose el turbante y los anteojos – y no todo es lo que
parece ser. Mire le voy a confesar algo, en este harem hay solo dos. Pero dos
que valen por infinitas. Una está conmigo todo el tiempo, no se me separa un
segundo de mi piel, me besa, me habla, me pega, me duerme, me alimenta, me
cuida, me cura, se hace la dormida, se despierta súbitamente, es totalmente
impredecible.
- ¿Y la otra?.
- La otra también es totalmente
impredecible, no está conmigo, pero siempre está dando vueltas, a la espera que
la primera se descuide para acercarse y darme su beso único y final.
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De cómo Elhabir estableció las
coordenadas y el momento exacto del milagro cósmico.
En la mañana del 20 de Mayo de 1989
Elhabir me cuenta: “Hace exactamente un año, voy cruzando la avenida Libertador
frente a la catedral de San Isidro. Suenan en lo alto las campanas de la torre.
Sé que avisan las once de la noche; de todos modos, instintivamente levanto la
vista hacia el reloj. Quedo clavado en el piso como una estaca al observar la
escena. En la punta de la afilada cúpula, se ha clavado la luna llena, bañando
de un líquido plateado astral la daga que la ha herido. En la frontera de mi
hechizo llego a percibir vagamente los autos que me esquivan con luces y
bocinazos y la gente por la vereda que mira hacia arriba intrigada.
La posición exacta es la siguiente:
en 25 de Mayo y Libertador, a mano izquierda como corre el tránsito hay un
parquecito con una escalera. Se toma el borde izquierdo del último escalón al
bajar. Cuando el borde toca la vereda hay que seguir esa línea imaginaria hasta
que baja el cordón y toca la calle. Una vez allí, en una recta de 45 grados,
hay que contar 26
centímetros sobre los adoquines. En ese punto hay que
pararse con los ojos a 1,80
metros del piso y apuntarlos hacia arriba los días 20 de
Mayo a las once de la noche y aguantar los bocinazos de los autos, para ver la
luna llena apoyada exactamente sobre la cúpula de la catedral. Ese es el punto
donde, desde entonces, me paro todos los 20 de Mayo a las once menos cinco a
esperar el sonido de las campanas festejando el roce de la punta de la torre
con el astro selénico y su baño de jugo astral.”
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De cómo Elhäbir salvó al muchacho del monstruo porteño de diez cabezas
Estábamos Elhäbir y yo sentados en
un banco de plaza al solcito de una mañana de otoño.
Era la segunda vez que mi amigo iba
a una plaza porteña y todavía la miraba con asombro.
Elhäbir se acomodó el turbante y
los anteojos, encendió su pipa y me contó: - El otro día que vine no sabe lo
que me pasó. Estaba yo aquí sentado cuando de pronto veo entrar en la plaza un
monstruo con un cuerpo informe del que surgían diez cabezas de las que brotaban
diez lenguas coloradas y jadeantes como de dragones, caminaba sobre cuarenta
patas diferentes y poseía diez colas de distinto formato y grosor. La bestia,
claramente mitológica, llevaba a la rastra a un muchacho apresado en su muñeca
por una gruesa cuerda. Pasó frente al guardián de la plaza quién observó
impávido su paso y aun cuando el muchacho arrastrado le hizo una seña como de
auxilio, el hombre respondió alegremente levantando la gorra a modo de saludo.
Luego la alimaña se cobijó a la sombra sobre las raíces salientes de un árbol a
las que cubrió con un cúmulo de diversos excrementos simultáneos. Acabada la
operación comenzó a correr en círculos alrededor del árbol y del muchacho, de
tal manera que éste quedó atrapado por la cuerda contra el árbol. Cuando oí que
el animal empezaba a emitir sonoros aullidos por sus diez bocas apuntando hacia
el muchacho, comprendí que se aprestaban a devorarlo. Corrí hacia él y en una
alarde de valentía tomé a la bestia por la cuerda y desenrollé al muchacho, quién
me agradeció y se alejó nuevamente arrastrado por el monstruo mientras me decía
con resignación: - No sé cómo estoy con animales así...
El hecho me hizo acordar a mi
pueblo. Hay una plaza toda de arena del desierto donde la gente comenzó a
llevar sus dragones, dinosaurios y otros monstruos a partir del día en que el
guardia puso el cartel de “no se permiten animales domésticos”.
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De cómo Elhäbir originó un
original relato donde fin y origen se intercambiaban
Esa noche Elhäbir había bedido su
vino preferido. Mucho.
Se sacó los anteojos y me miró con
los ojos iluminados como dos relámpagos que me encandilaban. Ante el
resplandor, bajé la vista.
Encaró el siguiente relato con una
suerte de energía ancestral que se me antojó muy original; pero no por lo
inédita sino por su provenencia de un origen. Sin sacarme la mirada mi amigo me
habló así:
“En el redel alambo del esperar
yace torcuaz menter que en el lame bordes rispos del ayer se hamaca costal en
tridente rostro azorado rúmulo para espacioso que estora el amatizar del bocio
como acaramelado suncho en navegado cuaderno que besentera hacinado puntinazo
en laciar caro runde acicalado pronto hacia vácalo ronco paraíso por esumilado
caber en los chasquidos para luces sarpullir como hemecio lonto cuando perro
afamiliar astas dende las parisinas eludir camas ostras encintas para llevar el
jocón al firado tunde del dondón.
¿Qué cungidal epsera la mora
afarolada del tundirente?”
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De cómo Elhabir pronunció su pregunta genética ante perplejos padres
Esa tarde gris Elhabir me mostraba
su álbum familiar. Mi amigo pasaba las hojas de atrás hacia delante, quizás por
costumbre oriental, quizás en un intento de burlar la sucesión del tiempo
poniendo el después y luego el antes.
Al llegar a la última ( primer )
hoja apareció una foto de un recien nacido con un hilito de baba colgándole del
labio inferior. Elhabir sonrió diciendo: - No cambié nada, ¿no?. Mire, si le
cuento una anécdota va a ver que fui siempre el mismo desde que nací. Todavía
lo recuerdo. Yo era un bebé. Mis padres se asomaban a la cuna y me miraban con
ojos enormes desde arriba y me decían: - A ver, a ver, decí mamá, decí papá,
mmmaaammmá, pppaaapppá.
Y al día siguiente: - Mmmaaammmá,
Pppaaapppá. – Y así todos los días.
Hasta que un día por fin abrí la
boca, mis padres sonrieron emocionados y yo pronuncié mis primeras palabras.
Dije claramente: - ¿Quién soy?...
Al día siguiente mis pobres padres
pidieron hora urgente con el pediatra. El Doctor no creyó en absoluto el relato
de mis progenitores ya que yo, ante ese médico desconocido, sólo me digné a
emitir unas gárgaras que no se parecían ni a un ajó.
Algunos años más tarde me di cuenta
que todo dolor se apoya en un miedo, y que eso de llorar y gritar como un
marrano el día que vine al mundo, en realidad no era para tanto.
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De cómo Elhabir puso punto final a la comilla, coma y
punto final.
La carta estaba sellada en Japón,
Arabia e Israel con la clara intención de que yo no supiera desde cuál de esos
países Elhabir me la había enviado y decía así:
“Estimado Amigo:
De viaje por estas tierras lejanas
recordé ese viejo placer de la escritura ( y por ende de la lectura ) de
derecha hacia izquierda. Eso me hizo pensar en las convenciones de la
redacción. Por ejemplo coma yo no sé quién inventó los signos de puntuación ni
para qué sirven si coma cuando un lee coma lee todo corrido punto Para que
entonces los puntos coma las comas y toda esa simbología inútil si uno toma el
libro coma lo lee y punto punto Yo creo que esto es algo que han inventado los
escritores para justificar su comillas oficio comillas punto aparte
Los abogados escriben complicadas
coma inexpugnables leyes coma de manera tal que su profesión tenga una razón
para existir punto aparte
Los economistas escriben
elucubradísimos desarrollos teóricos estadísticos para llegar a conclusiones
tales como dos puntos no alcanza para llegar a fin de mes punto aparte
Los médicos escriben recetas
ilegibles con nombres de comprimidos y patologías impronunciables a lo que el
paciente coma luego de oír pacientemente las recomendaciones del especialista
reflexiona dos puntos ah coma tengo que hacer reposo punto aparte
Y así se podría seguir con otras
profesiones que no se salvan por el hecho de no nombrarlas punto aparte
Los escritores coma para no ser
menos coma también debemos complicar la cosa coma no sea que cualquier inculto
agarre papel y lápiz y escriba así como así coma y mucho menos que ese inculto
comprenda lo que escribimos nosotros punto Entonces empezamos con que el punto aquí coma la coma allá coma la
temática coma el nudo coma el desenlace coma la sinalefa coma el hipérbaton
coma el objeto indirecto coma el verboide coma la metáfora y tantas otras
complicaciones literarias que nosotros tampoco sabemos a ciencia cierta para
que sirven punto final” ( las comillas son mías no del texto de Elhabir ).
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De cómo Elhabir deslizó su relatito banal infinito para llegar a clase
Desde el banco de la plaza
mirábamos a los pibes deslizarse por el tobogán hasta que mi amigo Elhabir no
pudo resistir más la tentación. Salió corriendo como una exhalación, subió la escalerita
y se dejó caer por la pendiente de madera lustrada. Sentado en la arena y
todavía riendo, se acomodó el turbante que le había quedado ladeado hacia un
costado. Me hizo señas para que me acercara. Me agaché sobre la arena a su
lado. El señaló con su dedo huesudo hacia un grupo de niños y me dijo: -
“Déjeme que le cuente. A las siete de la infantil mañana se levantan de la cama
hasta la silla con el pelo revuelto y, abriendo un solo ojo ( para no
despertarse del todo ), miran el humo de la leche subir como un sueño. Agachan
la cabeza hasta tocar el borde de la taza con los labios, la inclinan indecisos
y liban casi por obligación.
Terminada la ingesta abren el
dentífrico, abren el cepillo-oso, abren el otro ojo y juegan a salpicar al gato
que se friega contra su pierna.
Llega el infaltable ´vamos que se
hace tarde’ desde una voz maternal.
Entonces mochilita al hombro, beso
beso, último ajuste de guardapolvos y ‘no te peinaste’ aprovechando otro labios
en la frente.
Abrazan aburrimiento de cuaderno y salen.
Van de la mano pateando el frío y las piedritas. Llegan hasta la puerta y desde
allí saludan, hasta que da la vuelta a la esquina, el día que comienza.”
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De cómo Elhabir me reveló otra versión de revelar lo
supremo.
Al entrar a la iglesia aquella
mañana de domingo, Elhabir se sacó los anteojos.
-“Es para divisar mejor al Supremo”
– me aclaró al oído – “cuando la ilusión de lo visible se nubla puedo atisbar
mejor lo eterno. Mire, como yo no soy de este credo, si me permite, le voy a
contar otra versión”.
Asentí con la cabeza y mi amigo me
susurró: - “ Y dijo el Señor Dios: - Ustedes, criaturas deshonestas, quedarán
desterradas por haberse revelado contra la voluntad del Todopoderoso.
Así fue como gran parte de los
ángeles, desterrados de Javeh, se alejaron del cielo y comenzaron su
metamorfosis. Sus pelos rubios se empezaron a ennegrecer y a achicharrar. Sus
alas inmaculadas se convirtieron en venosas alas de murciélagos. Sus rostros se
desfiguraron en gestos impensables. Sus pieles envejecieron diez mil años en un
segundo, al ingresar en la dimensión del tiempo. Sus brazos y piernas mutaron
en delgadas patas. Sus largas trompetas perdieron brillo de oro y se
transformaron en agudos aguijones en sus bocas. Entonces se miraron todos entre
si, y tras una señal del líder, comenzaron a achicarse, a reducir su tamaño,
cada vez más y más. Antes de apagar definitivamente sus voces, el líder
exclamó: - Señor del Universo, atormentaremos sin tregua a tu más preciada
creación, lo perseguiremos sin descanso, de día, y sobre todo de noche, para
perturbar su sueño. Y lo peor de todo: beberemos sus sangre como nuestro
alimento.-
Y la nube de mosquitos cubrió la
faz de la tierra.”
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De cómo Elhabir hizo estallar
una revolución en la caja nueve.
Elhabir entró a mi casa cargado
hasta los hombros de bolsas de supermercado. Mientras iba descargando papas,
frascos, bananas y latas sobre el aparador de mi cocina, se acomodó el
turbante, encendió su pipa y me comentó:
- Resulta que yo estaba en la cola
con el changuito lleno esperando para pagar en una de las cajas. Como la cosa
iba lenta, me puse a escribir un poema sobre el cartón de la caja de vino, acá
¿ve? – dijo apoyando el cajón sobre la mesada. Y mientras la señora de atrás
estiraba el cogote para espiar lo que yo garabateaba con tanta concentración,
se me ocurrió pensar: ¿Por qué un tiene que escribir siempre sobre una hoja y
no sobre una caja de vino?. Habría que escribir poemas sobre una camisa blanca
o celeste, sobre los cordones de la vereda, sobre un pan, sobre una rueda de
auto y que el texto vaya girando, ( a veces el aburrimiento puede ser origen de
una peligrosa idea ). Le decía que habría que escribir poemas en las alas de los
aviones, en los zócalos, o en un árbol escribir una palabra en cada hoja y que
cada uno arme el poema que quiere. Sí habría que escribir en las lamparitas de
luz, en los espejos, en una cañita voladora, en los cordones de las zapatillas,
en los carritos de supermercado, sí sobretodo en la manija de los carritos de
supermercado mientras uno espera en la cola y uno no tiene en qué pensar, y
como no tiene en qué pensar entonces empieza a tener ideas, y luego lo que es
peor quiere llevar esa idea a la práctica, y le cuenta su idea al de adelante y
luego al de atrás de la fila y después la idea pasa a las filas de las otras
cajas, incluso las cajeras se entusiasman con la idea y salen todos a la calle
con la idea y convencen a toda la cuadra y la cuadra convence al barrio y éste
a toda la ciudad... Sí, definitivamente, para evitar el peligro de pensar o
escribir, habría que poner algo para que la gente se entretenga mientras hace
la cola del supermercado...
---------------------------------------------------De cómo Elhabir sedujo la cruda soledad sobre una calle porteña
Era una tarde de verano. Elhabir
paseaba por la vereda de la sombra de una típica calle de barrio. Al doblar la
esquina se encontró de frente con una exuberanteajustadísimarubia señorita con la
que estuvo a punto de tropezar si la dama no lo esquivara de un felino salto.
La mujer, extrañada por el turbante
y la túnica de mi amigo, lo miró de arriba abajo y luego siguió caminando.
Elhabir, confundiendo curiosidad por
interés en su persona, se lanzó decidida y galantemente a la persecución de la
beldad. Caminó a paso vivo hasta alcanzarla. Cuando estuvo a su lado se acomodó
el turbante con gesto seductor, arregló un poco su voz y le preguntó:
-
¿ Solita ?
-
No – contestó ella – acompañada de mi propia soledad.
Elhabir quedó parado en la vereda,
viendo alejarse el infartante fin de espalda de lo que hubiera podido ser un
nuevo amor.
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De cómo Elhabir selegó folitunios en una noche mesiplenta
Abrí la carta de mi amigo y mi
sorpresa no fue pequeña. Ya lo había escuchado algunas veces sobre la necesidad
imperiosa de crear un lenguaje propio y nuevo. Transcribo a continuación la
epístola de Elhabir.
“ Estimado amigo:
Adjunto en esta misiva un reciente
relato. Para mejor comprensión del mismo
recomiendo la consulta del diccioginario escrito en la mente de cada lector.
Era una noche mesiplenta. Yo
seslegaba folitunios junto a un amigo. El, cómo siempre, empelozaba átenos,
desantesaba boles. De pronto lufedió el ronte de la asquena. Yo, moplamente,
lifié un hecid.
Las cuaras de la macenta
recubrieron el desterocio, los fontes del tenadal se amocaron. Adesió la lifia
ronda de los emesteros. Entró fujamente la rolesma que había bersido cuando los
cuntos se espaciaron. Considerando el der mismo gesteroso en nuestros álios, mi
amigo miró asiamente el toral de su melacía y cerró los opacios en paudal
inspirativo. Aplecié mi pipa sobre la copalca y dije: - buenas noches.”
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De cómo Elhabir protagonizó el
show circense del milagro permanente.
En un descampado estaban armando la
carpa; los camiones con las jaulas de los animales formaban un semicírculo.
Elhabir señaló unos payasos que ensayaban y me comentó:
- ¿Sabe que de joven yo trabajé en
un circo?. Ibamos de gira de pueblo en pueblo, yo era ágil, sin anteojos y
usaba un turbante más chiquito,. Lo recuerdo como si fuera hoy: el público
espera ansioso el comienzo del gran show. Entonces, bajo un haz de luz
poderosísimo, el poetapayaso se descuelga de un trapecio en una pirueta
increíble y cae parado justo en el centro de la pista. Al apagarse los aplausos
dice: - “Y ahora señoras y señores, un espectáculo espectacular. Único,
universal y uno, nunca visto aunque siempre mirado. Permítanme presentarles
estimado público, con ustedes: El Milagro Permanente”.
Todo queda en silencio. El
poetapayaso, bajo el haz de luz por unos largos segundos, mira de reojo al
público que lo observa con gesto de no comprender.
- Lo que pasa estimadísima
audiencia, es que El Milagro Permanente por esa justa cualidad de ser
“permanente” ya no sorprende a nadie, al punto que pareciera no existir, como
si hubiese dejado de ser milagro. Pero no es así señores, no, no ,no, créanme
que ante mi presentación ustedes debieran haber pronunciado un admirado
¡Ooooohhhh...! Sí, sí, el Milagro Permanente está sucediendo aquí y ahora, allá
y antes, a la vuelta y después. El milagro de la gigantesca roca girando en el
espacio siempre a la misma velocidad desde hace muchas, muchas vueltas, a la
temperatura perfecta para que crezca la lechugita que usted ha almorzado hoy
señora y que le ha dado la energía necesaria para venir a esta función y estar
allí sentada con ese especie de par de filmadoras fabulosas que tiene a cada
lado de la nariz , mirando a este payaso presentar el único, el infinito, el
simultáneo, el indescriptible, el genial, el inconmesurable Milagrooooo
Permanenteee! – y el estruendo de los aplausos colmó la carpa.
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De cómo Elhabir gambeteó la
posibilidad de ser aplastado por el tren de la rutina.
Estaba Elhabir esperando el subte
en el andén de una mañana compacta y ansiosa por encontrar asiento cuando
llegara el vagón.
Con el turbante bajo el brazo (
dado que su religión no le permite tener la cabeza cubierta mientras el nivel
terrestre se encuentre por encima de ella ) se acercó en forma mansa al
infaltable kiosco.
Con el papel del alfajor que lo
había des ayunado hizo una pelotita.
La deja caer, la toca con punta de
alpargata derecha, ahora con empeine de la izquierda hacia adelante, la pisa,
la mueve, arranca en pique por la diagonal, gambetea a una vieja, avanza solo
con bolita plateada dominada, le hace un caño al señor de corbata que sin
querer sale a marcarlo en su camino a la escalera mecánica, llega el subte, se
abre la puerta, arco desguarnecido, el arquero está inexplicablemente parado
junto al palo izquierdo con la gorra puesta y por alguna extraña razón tiene el
silbato del referí entre los dientes, Elhabir no duda, se perfila,
pateaaaaa..., goooooolllllllll...! y con la euforia de la conquista todo el
equipo se mete adentro del arco empujando al goleador que, paradojicamente, es
el único que festeja.
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De cómo Elhabir relativizó einsteinianamente la sinfonía inconclusa de Beethoven
Era una noche de invierno, sin
embargo estábamos sentados en la costanera mirando el río. El humo de la pipa
de Elhabir se mezclaba con su aliento de tal modo que no podía distinguirse uno
del otro. De entre medio de esa amalgama que brotaba de su boca apareció
también su pregunta: -¿Nunca se le ocurrió pensar cómo hubiese sido la décima?.
-¿ La qué? - pregunté sin comprender.
- La décima, amigo, la décima
sinfonía de Beethoven.
- Explíquese mejor- insistí.
- Claro. ¿Qué sinfonía genial
tendría en su mente Don Ludwig Van cuando lo sorprendió la muerte? ¿Qué obra
hubiese escrito Cervantes de haber vivido un tiempo más?. ¿Qué nueva fórmula,
qué descubrimiento estarían comenzando a intuir Einstein o Galileo cuando los
sorprendió el final? ¿Qué nuevas enseñanzas nos habrían dejado Jesús o Gandhi
de haber permanecido por unos días mas en este mundo?¿Qué teorías estarían
elaborando Freud o Marx en ese momento trunco? – Elhabir se recogió las mangas
de la túnica para tomar un respiro y terminó con la misma vehemencia – Qué
poesías, qué ideas se llevaron en sus mentes, legados que sólo ellos podrían
haber concebido. Cada persona, entre millones, tiene su única huella digital.
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